Todo estaba vacío.
El salón ya no olía a tabaco, los armarios abiertos sin nada
en su interior, comida en la nevera por terminar.
Las fotos estaban intactas, en el mismo sitio que cuando me fui,
al lado de las cervezas de decoración.
Se respiraba tranquilidad, soledad y vacío, algo difícil de
explicar.
Las sabanas seguían sin cambiar y las persianas estaban
bajadas.
A pesar de todo, dejó huella.
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