Todo fue sin querer.
Hacía ya unos meses que estaba quedando con aquella chica.
Nada serio, pero ya habitual.
Entre cerveza, polvo y cerveza decidimos irnos a pasar unos días
fuera de Madrid. Queríamos respirar aires de Vigo y escapar del asfalto de la
capital, cambiarlo por algo de mar y alguna que otra ración de pulpo del bueno.
Nos bebimos todas las estrellas que nos cabían en el cuerpo,
paseábamos de la mano y de vez en cuando nos guiñábamos un ojo. No sé si eran
sus calles, su gente o qué sé yo. Empecé a quererla.
Desde ese preciso instante comencé a perder la apuesta que
me hice en Enero. La típica promesa que sabes que no vas a cumplir y que haces
cada vez que finalizas una relación.
Ahora pienso lo bien que estábamos en Madrid paseando por
sus calles, descubriendo sus rincones y saboreando los besos cuando tropezábamos.
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