Era verano.
El cambio climático hacía sudar sin apenas moverte.
Las calles estaban vacías y la ciudad cobraba vida de noche.
La sequía aumentaba y las botellas de agua doblaban su precio.
La cerveza era un lujo que muy pocos se podían permitir.
Nos seguían la pista desde que llegamos a aquella
maravillosa ciudad.
Madrid tenia miles de rincones, pero también miles de ojos.
En cada terraza había un miembro de la nueva Gestapo,
esos que perseguían el amor hasta darle caza.
Si veían a alguien de la mano, les pegaban una paliza y les
arrestaban.
No se andaban con tonterías, eran duros.
Un martes cualquiera nos dimos un beso, en la calle.
No sabía cuales podían ser las consecuencias, pero me daba
igual.
No podía resistirme a esos ojos achinados,
y menos a ese corazón tan puro.
Comenzaron a sonar las sirenas.
Los agentes nos buscaban sin piedad y decidimos huir.
Volver a
huir, sí.
Pusimos rumbo a París, encapuchados y con DNIs falsos.
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