Fumábamos en ese banco como si se fuera a terminar el
tabaco.
Hablábamos de la vida y de chicas, cómo no.
Mirábamos corretear a los niños detrás de la pelota y suspirábamos
por ser como ellos otra vez por un instante.
Calada tras calada íbamos arreglando el mundo a base de
conversaciones interminables que duraban 10 cigarros por cabeza.
Si, un paquete.
2006, la burbuja inmobiliaria estaba a punto de explotar y España
seguía perdiendo en cuartos.
Nuestros sueños se proyectaban en aquella plaza de un pueblo
sin nombre, sin gente capaz de entender por qué un cigarro más.
Pasaron ya siete años desde que Sabina publicó “19 días y
500 noches” y seguíamos conmocionados por la muerte de Gila.
No sabíamos dónde podía llegar esto, éramos estudiantes
frustrados de padres separados y nuestro coeficiente intelectual daba para un
paquete más.
Da igual si hacia frío o no, teníamos cazadoras de marca que
nos hacían sentir supervivientes en medio de la multitud.
Al fondo a la derecha no estaba el baño, pero había una
tienda donde comprábamos todo tipo de chucherías, bolsas de patatas e incluso
perritos calientes.
Era el paraíso.
Ahora ese banco lo frecuentan chavales sin futuro que saben
más de chicas que nosotros.
El tabaco es más caro, los impuestos han subido y los
peinados de ahora no molan tanto.
Sabina ha sacado nuevo disco y ha muerto Michael Jackson.
Ah, y España ha ganado un Mundial.
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