lunes, 5 de junio de 2017

Escher.

Rozamos los "te quiero" como si fuera algo extraño.
Éramos conscientes de que si alguien lo decía, se iniciaba el principio de algo doloroso y placentero.
Los esquivamos con clase, con pequeños vaciles que nos sacaban tímidas sonrisas.
También utilizábamos silencios largos y miradas a los ojos.
Al final, todo cayó por su propio peso.
Se alejó caminando de espaldas, con la mirada fija en mi boca, y cuando estaba a diez metros de distancia se paró en seco.
Saco una manzana de su bolso, se la puso en la cabeza y dijo el “te quiero” más sincero del mundo.
Esperaba mis cuchillos.
Ya no le importaba morir.

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