jueves, 24 de febrero de 2011

Una mañana cualquiera.

Abro los ojos como buenamente puedo. Las legañas me impiden ver el reloj de forma clara, es una batalla activa entre varios bandos llamados pereza, sueño, aburrimiento y actividad. Consigo ver la hora sin querer, las 10:37, me doy la vuelta pensando que aún es pronto para iniciar el día y me vuelvo a quedar dormido.
Las 11:32, ya va siendo hora de levantarse. Da igual con qué pie lo hagas primero, el tema es levantarse. Busco las "zapatillas de andar por casa", así las llamo yo, solo encuentro ropa y desorden. Bajo las escaleras esperando no tropezarme por culpa de las legañas mañaneras y me dispongo a desayunar. Por el camino sigo viendo desorden y pienso que mi habitación no es tan grande. Cola cao para el estomago vacío acompañado de un zapping que se ha hecho costumbre, ya forma parte del desayuno.
Paso los canales uno a uno y sigo viendo desorden, parece que mi habitación sale en la tele. Nada interesante, me voy al gimnasio que ayer no fui. ¡Qué buen día hace! Salgo a la calle y el sol me rodea, los pajaritos cantan y las nubes se levantan, como en la canción, es impresionante la temperatura que hace para estar en el mes más corto del año. El aire es muy puro, me siento sano. Todo me da igual, solo me centro en respirar y caminar, disfruto cada paso que doy pero la vaguería crónica siempre va conmigo.
Ya he llegado, ahora a hacer deporte. Entro al gimnasio y está vacío, no más que un grupo de mujeres paradas con el monitor haciendo ejercicios en la puerta, tiradas en colchonetas. No había música, solo silencio. A lo lejos escucho el sollozo de una mujer que se está preparando para las pruebas de bombero, una chica con afán de superación. No la había visto, estaba en un rincón de la sala llorando en silencio.
No sabía qué hacer, algo dentro de mí me incitaba a preguntar por su estado, pero no eran lágrimas de dolor físico y eso me frenaba. No me gusta meterme en vidas ajenas, pero tampoco me gusta ver sufrir a la gente, aunque no la conozca de nada.
Creo que la ayudé con no decirla nada. Hay personas que necesitan llorar, así expresan todo su dolor, y que mejor forma que dejarla llorar tranquila. Otras personas comen compulsivamente cuando se sienten mal, otras hacen deporte y las más complicadas como yo, se cabrean sin sentido alguno.
Es igual de respetable las lágrimas que los enfados, el problema es cuando no existe la empatía.
Empieza a llegar gente al polideportivo, las mujeres de la puerta se marchan y el gimnasio reduce su tamaño conforme entran nuevas personas a entrenar. El aire no se renueva y cada minuto que pasa aumenta el termómetro en la sala, es hora de irse, ya he terminado por hoy, mejor dicho, ya he terminado por esta mañana.
El camino de vuelta es cuesta arriba y se hace más corto que el de ida. La meta es mi casa o la ducha que no me doy. En cuestión de minutos he cambiado las pesas por el ordenador, la emisora de radio con música "dance" por "rock" a mi gusto y mis actos se van viendo reflejados en este blog.
Una entrada distinta de una mañana cualquiera, llena de nada y de todo.
Me voy a comer.

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