Hacía tiempo que no viajaba en tren. Me siento, lo más cómodo que te permite esta tabla de plástico acolchada, y comienzan a fluir las palabras, la escritura, el tiempo.
El hombre que tengo a mi lado no levanta la mirada del movil, la de al fondo a la derecha lee un periódico gratuito, la de la izquierda sueña y el que tengo atrás no le veo. Todos son convencionales, aunque si me dieran la oportunidad de conocerlos cinco minutos, podría cambiar mi opinión.
Sabría decirte quién sale de las pautas de nuestros prejuicios, de mi visión nocturna en días soleados, del salón sin cerrar la puerta.
A lo lejos, un olor hace que el movil, el periódico y los sueños pasen a un segundo lugar.
Era ella.
No le conocía, pero supe por un instante que esa colonia escondía una voz diferente al resto.
Por un momento imaginé que su tacto me acercaría al Everest, que me costaría respirar si me buscaba el ombligo. Fue un instante tan fugaz que no me dejó parpadear.
Llevava zapatillas de marca, de esas que están de moda y que llevan escrita una N, unos pantalones que dejaban al descubierto un tatuaje que no podía descifrar, una camiseta veraniega y escuchaba música. Si, música.
Tenía que ver todo más de cerca, oler esa colonia que me hacia olvidar por un momento que ayer fue martes, intentar darme cuenta de que estaba equivocado.
Supuse que se llamaba Marta, que venía de una familia obrera, que lo había pasado mal por amor y que tenia 26 recien cumplidos. Supuse demasiado.
Los minutos pasaban y ahí seguían mis amigos del vagón, seguía el hombre que miraba el movil mirando el movil, la mujer del periódico leyendo el periódico, y seguía sin poder ver al de atrás.
No importaban los apellidos ni la dirección, solo quería comprobar que este tren no era convencional, pero no tuve suerte.
lunes, 3 de agosto de 2015
Cerca y lejanías.
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