jueves, 13 de agosto de 2015

Universales

Soñamos.
Si, lo hacemos constantemente.
Dormidos, despiertos, con los ojos cerrados o con los ojos abiertos, lo hacemos.
Cuando no queremos, lo hacemos con más fuerza, y duele.
Duele no poder controlarlo. Duele saber, que cuando más alto vuelas peor será la caída.
Pero es necesario.
En los sueños reside la base de tus ilusiones, y sin tus ilusiones la vida no tendría esperanza.
Esperanza de poder vivir en un mundo mejor, sin guerras, sin maltrato, hablando todos los idiomas, con mojitos en verano y estufas en invierno.
Por eso, los sueños son universales. Son tan personales que muchas veces los ponemos en común, regalando un pedacito de nosotros a la gente que nos importa.
Y llega el miedo. Miedo a contar nuestras fantasías, miedo a coincidir con alguien e ilusionarte, o por el contrario, comprobar que estás loco.
Tenemos que contar lo sueños, quizás estemos en el mismo escenario, en la misma playa o sin la mima ropa, quien sabe. Hay que contarlos. ¿Hay algo mejor que coincidir en un sueño? ¿hay algo más arriesgado?
Esa coincidencia puede llegar a enamorar. Da igual que sea tu amigo, familia, un desconocido o tu novia, te enamoras y punto. No puedes controlarlo, y jode.
Los sueños te pueden llevar a lo más alto. Alexander Fleming un día soñó con la penicilina, Keith Richard con “Satisfaction”, Albert Einstein con la “Teoría de la relatividad” y yo contigo. Si, contigo.
Luego existen las metas, los propósitos y los planes de fin de semana que, ingenuamente, crees que lo decides tú y no tus imaginaciones.
Cuando menos te lo esperas tenemos una carrera, somos propietarios de un coche, vestimos con esa camiseta que compramos en ese centro comercial y estamos en esa playa junto a nuestros amigos con los que coincidimos por unos instantes a la hora de pagar el viaje fruto de la ilusión que generó las imágenes que se formaron en nuestras cabezas.
No te engañes, no lo decides tú, lo decide tu subconsciente, tus ganas, tus expectativas.
Esas hipótesis son las que nos dan el empujón que necesitamos para seguir cuando no tenemos aliento, esas que marcan nuestros proyectos personales, la incertidumbre de cuanto dolerá la caída de ese vuelo sin motor en este mundo de locos en el que formamos parte.
Es lo bonito. Saber que debajo no hay red. Creernos trapecistas en nuestro propio circo, domar leones, hacer un mortal con doble tirabuzón y ser contorsionistas por un momento. Vamos, lo típico. Soñar.

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